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Venecia, qué profunda emoción

Venecia es destino obligado de una bitácora exigente. En mi caso, como amante de la historia, el poder recorrerla ha sido sin duda uno de los mejores regalos de la vida.

La ciudad irradia belleza desde cada uno de sus ángulos o de sus arterias acuosas. Esto porque Venecia, desde su origen, ha convivido con el agua. Dicha condición de explica porque en sus inicios, los habitantes ocuparon su laguna como refugio de las incursiones bárbaras y, dada las características del lugar, se vieron obligados a construir en palafitos, los que posteriormente terminaron conformando la monumental urbe que es hoy.

Su calle principal, si podemos llamarla así, es el Canal Grande, por el que navegan cientos de embarcaciones (las famosas góndolas) que van de una parte a la otra de la ciudad, y que cruzan los 446 puentes de piedra, hierro o madera que unen cada uno de sus recovecos y callejuelas.

La Plaza de San Marcos (santo protector de Venecia desde el año 828) es un imperdible de cualquier recorrido, pero también lo son el Palacio Ducal, San Giorgio Maggiore o el famoso Puente de los Suspiros, que según la leyenda lleva su nombre a propósito de las exclamaciones de las mujeres que recorrían los canales alrededor del Palacio Ducal cuando era una prisión, y suspiraban por los hombres encarcelados.

Pero si de postales de la ciudad se trata, la más importante es, sin dudas, la Basílica de San Marcos, famosa por su diseño exuberante (de estilo bizantino) y sus hermosos mosaicos dorados, que total suman más de 8,000 metros cuadrados, suficientes para cubrir todo un campo de fútbol.

Su construcción comenzó cuando el cuerpo de San Marcos fue traído en barco desde Alejandría (Egipto), el 27 de mayo de 828. La leyenda cuenta que para sacar el cuerpo del Santo de Alejandría, unos comerciantes italianos lograron ocultarlo en medio de una carga de cerdos, para que los musulmanes no pudieran detectarlo.

Es más, la historia señala que en medio del viaje se presentó una violenta tormenta que casi hizo naufragar la embarcación. No obstante, San Marcos se le apareció al capitán del barco y le aconsejó que bajara las velas, por lo que la nave pudo sobrevivir y las reliquias llegaron finalmente a Venecia.

Al llegar a la ciudad, los restos de San Marcos fueron entregados al Duque, quien ordenó erguir una Iglesia para albergar las sagradas reliquias, historia que se describe muy bien en la decoración de los arcos de la fachada de la Basílica, junto a otros acontecimientos relevantes de la vida de San Marcos.

La Isla de Burano, distante a 7 kilómetros de Venecia, es otro lugar de amplia belleza, con sus casa de colores y el famoso campanario de su iglesia, dedicada a la figura de San Martín. Allí se puede llegar mediante un vaporetto.

La verdad es que todos estos datos corresponden a una ínfima parte de las oportunidades que brinda Venecia. En lo personal, lo mejor fue recorrerla sin guía turística, sino más bien por el corazón, ya que cada metro de esta maravillosa cuidad encanta y te conduce a otro lugar tan encantador como el primero. Sólo se requiere tiempo, calzado liviano y un espíritu de aventura dispuesto a perderse en los vericuetos del sereno canal de romántica luz.

Es verdad, Charles Aznavour tenía razón respecto a la calmada quietud y la belleza sin fin. Ciertamente puedo confirmar, desde lo más profundo del ser, lo que versa la canción: “ante mi soledad, en el atardecer……Tu lejano recuerdo me viene a buscar. Sólo queda un adiós, que no puedo olvidar”.

Bitácora: Noviembre 2002

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