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Talcamávida, la historia de la Montaña de Trueno

Emplazada a un costado del río Bobío, frente a la vecina comuna de Santa Juana, en las proximidades de un cerro escueto y distante a 47 kilómetros de la ciudad de Concepción, se alza solitaria la villa de Talcamávida. A pesar de la recatada y silenciosa vida que evidencia, esta localidad tuvo en tiempos pasados alta importancia y jugó un papel de cierta trascendencia en la historia de la región.

Orillando el Biobío, pasó por allí, en 1546 y 1550, Pedro de Valdivia camino la o que es Concepción actual. Al sagaz conquistador le llamó la atención aquel sitio y se le grabó en la retina el recodo que hacía el río, la posición estratégica del lugar, los cerros montañosos y la abundante población indígena que se veía por doquier.

En los primeros días de 1551, cuando ya se estaba terminando la construcción del fuerte de adobones que resguardaría a la recién fundada villa de “La Concepción del Nuevo Extremo”, Valdivia envió un destacamento a reconocer el lugar y los cerros de Talcamávida. Una secreta esperanza lo animaba al mandar esta expedición y después de varios días y de haber realizado varios reconocimientos, trajo la confirmación de la existencia de minas de oro muy cerca de allí.

En atención a este descubrimiento, el Conquistador organizó, de vuelta de su expedición al sur y durante la permanencia en Concepción a que lo obligaba la temporada invernal, la explotación de las minas de oro. Es casi seguro que el mismo Valdivia fue a establecer el destacamento y organizar las labores, que ejecutaban los indios del lugar, a las órdenes de los españoles. Según los cronistas de la época, los resultados fueron tan buenos, que se dice llegó a recoger dos quintales métricos de oro al día.

El 1º de enero de 1554, después de ser vencido y muerto Pedro de Valdivia por los aborígenes en Tucapel de la costa, los españoles abandonaron el terruño.

Pasada la agitación que produjo la derrota y muerte de Valdivia y apaciguados los araucanos, volvieron los españoles a Talcamávida en 1560 y levantaron allí un fuerte. Los indígenas miraron con muy malos ojos el establecimiento de los conquistadores y atacaron con frecuencia la pequeña guarnición del fuerte, aunque no lograban amedrentarla y hacerla retirar.

El primer Capitán general de Chile y presidente de su Audiencia, Melchor Bravo de Saravia, llegó a Santiago en Julio de 1568 y en noviembre del mismo año arribó a Concepción. En los primeros días de 1569, el inquieto capitán, emprendió una campaña con el grueso de las tropas, otros oficiales y el general don Miguel de Velasco, comandante de las fuerzas de Concepción.

La campaña del Capitán General Bravo de Saravia, tuvo un desastroso resultado, precisamente en Talcamávida.

Esto porque los araucanos reunidos en gran número cerraron el paso al ejército español saliendo sorpresivamente de los boscosos cerros y se comprometieron en descomunal combate. A pesar de los esfuerzos y actos de valentía que hicieron los conquistadores, al fin fueron derrotados y obligados a retroceder.

Por largo tiempo vivió la triste fama de Talcamávida en la memoria de los españoles, por la contundente y sangrienta derrota que sufrieron allí sus compañeros de armas.

El hecho anterior y otras escaramuzas adversas, mantuvieron a los españoles alejados de Talcamávida por largos años. Sin embargo, su calidad de sitio estratégico y la necesidad de tener un paso seguro frente a Santa Juana, hicieron que el gobernador del Reino de Chile, Manuel de Amat y Juniet, fundara la villa y el fuerte San Rafael de Talcamávida, el 24 de octubre de 1757, fundación que fue aprobada después por real orden. La fecha indicada corresponde a la fundación oficial de la expresada villa y fuerte.

La existencia de Talcamávida se desarrolló de manera tenue. Sin embargo, de cuando en cuando, su nombre aparecía con cierto grado de importancia. Así, en 1577, el gobernador Rodrigo de Quiroga, tras de vencer a los araucanos en las proximidades de Hualqui, se embarcó en el puerto fluvial de Talcamávida y desembarcó en el puerto también fluvial de Santa Juana; iba a la villa de Arauco para iniciar desde allí dos años de campaña contra los rebeldes aborígenes.

Sin más vicisitudes que ser lugar de tránsito de los ejércitos hispanos y un fuerte subsidiario de Concepción, la vida de Talcamávida siguió su curso. Esta villa y su fuerte corrieron, casi siempre, los mismos escenarios de peligro que la ciudad de Concepción. Ese era su fatal destino.

Durante el Gobierno de Alonso de Ribera, Talcamávida tuvo mayor importancia. Ante la amenaza del toqui Ancanamun (anca, mitad; namun, pie) “medio pie” y del vice toqui Loncotehua (lonco, cabeza; thegua, perro) “cabeza de perro”, el gobernador estableció o afianzó, en el año 1617, la línea defensiva del Bío-Bío, cimentada en los fuertes de Negrete o San Borja, San Rosendo, Talcamávida y otros.

En el famoso alzamiento general que los aborígenes realizaron el aciago año de 1655, encabezados por sus principales caciques, Talcamávida corrió la suerte de muchos otros fuertes como San Pedro, Colcura, Santa Juana, Rere, San Cristóbal, Nacimiento, etc., es decir, fue abandonado ante el victorioso e irresistible avance de los araucanos.

Los habitantes de la villa, conjuntamente con las fuerzas militares, se dirigieron a Concepción. Igual cosa hicieron los habitantes y guarniciones de los demás fuertes. Este desastre fue una de las mayores calamidades que afrontó la región y la ciudad de Concepción que debió recibir miles de refugiados en estado calamitoso.

Pedro Portel de Casenete, gobernador general de Chile, restableció entre otros el fuerte de Talcamávida, en 1657, con el objetivo que la villa continuara con su trayectoria o destino: custodiar la línea del Bío-Bío y ser centinela del Concepción. En el alzamiento de 1723 que encabezó el gran toqui Vilumilla (Vilu, culebra; milla, oro), Talcamávida sólo vivió días de zozobra, como los otros fuertes del lado norte del Biobío.

Para colmo de males, el terremoto del 25 de mayo de 1751, que destruyó totalmente la ciudad de Concepción, tuvo también repercusión en Talcamávida y produjo destrozos en la pobre edificación de la villa.

No obstante, la importancia de antaño alcanzada por Talcamávida nos la señala el hecho que, en el año 1655, ésta era ya parroquia. Como cura párroco registran los anales el nombre de don Francisco Guirau Calderón, el que, después de ser militar, se hizo sacerdote secular. Este sacerdote, que contaba setenta años cuando el alzamiento de los araucanos, fue tomado prisionero por los indios, después que destrozaron la plaza de Talcamávida. Murió en cautiverio, al poco tiempo.

Entre los antiguos curas de esa villa merecen especial mención Nicolás García y José María Gallardo. El primero era director en teología y fue párroco de Talcamávida desde 1785 hasta después de 1832. Le tocó por lo tanto, la revolución nacional en Talcamávida. Como español que era, fue partidario de la causa realista, aunque en forma inofensiva.

Con todo, cuando triunfaron los patriotas, debió alejarse de Talcamávida, a la cual volvió después de algunos años. Mientras estuvo ausente lo reemplazó el segundo de los nombrados, el cual tuvo que afrontar, siendo también cura de Rere en 1822, la campaña de guerrillas de Vicente Benavides y la famosa hambruna que azotó la región ese mismo año.

En el alzamiento general de los indios que capitaneó el toqui Curiñamcu (curi, negro; ñamcu, aguilucho) en 1766 fueron arrasados muchos fuertes del lado norte, por lo que dichos emplazamientos tuvieron que pasar las zozobras propias de esos casos y de la proximidad del secular enemigo araucano.

Los datos entregados explican el papel que jugó Talcamávida en tiempos de la Colonia y durante la independencia nacional. Posteriormente, a esta última época, la villa se apagó bastante y su vida se concretó a servir de puerto fluvial para atravesar el río a Santa Juana y también para enviar embarcaciones a Concepción, por lo menos hasta cuando se construyó el ferrocarril de San Rosendo a Concepción.

Finalmente, respecto al origen del nombre del lugar y villa señalado, se puede aportar que la significación de Talcamávida no es otra que  “montaña de trueno”. Talca, que se pronuncia “tralca”, significa “trueno”; “mahuida” que se ha transformado en “mávida”, significa “montaña”.

Cabe señalar que mucho antes que los españoles pusieran sus pies en la región, vivían en estos lugares los “Antileo” (anti, sol; leuvo, río), familia que era tradicionalmente enemiga de los “Paillaleo” (pailla, de espaldas; leuvo, río) . Estos últimos residían al otro lado del Butaleuvo (vuta, grande; leuvu, río) o Biobío (viu-viu, hilo, hilo), es decir, en el sitio en que está ahora Santa Juana.

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