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Historias de culebrones

El imaginario colectivo que emerge a la luz de una fogata o en una tertulia campestre es tan basto y rico que no resulta extraño que de aquellas narraciones extraordinarias surjan “seres fantásticos” y, a su vez, temidos por los fenomenales poderes de misteriosa procedencia que se esconden tras su aura. En ese sentido, tampoco resulta un despropósito el encontrarnos con especies tan raras como el inefable “culebrón”, animal extraído de las leyendas chilenas, y que a través del tiempo ha adquirido diversas formas y atributos.

En Hualqui, las historias de culebrones se cuentan por montones, cada una de ellas empapadas de sus propios aderezos. No obstante, en su gran mayoría, versan sobre la misión de este basilisco criollo como guardián de algún fastuoso entierro o temible amuleto viviente que puede ser utilizado para hacer tanto el bien como también para causar el mal en las personas.

En ese sentido, por ejemplo, no son pocos los casos de latifundistas hualquinos cuya bonanza económica se asocia a la realización de un “pacto” diabólico mediante la tenebrosa figura del culebrón.

Una de las historias más renombradas en la comuna habla de un famoso culebrón que habitaba en una propiedad ubicada frente a la Población Nuevo Hualqui, criado en una oscura bodega, en donde crecía y se alimentaba para proveer bienestar y riqueza a su dueño.

Un poco más al sur,  la historia de otro reptil mitológico en Talcamávida también ha contribuido a la fama de este abominable ser. El relato cuenta que en dicha localidad, en un sector llamado Santa Matilde, prevaleció a mediados del siglo XX una enorme casona construida por el doctor Guillermo Grant destinada para el cuidado de enfermos. Aún hoy existen algunos vestigios de lo que fue esa fastuosa construcción, y más de alguien asegura que un gran culebrón vigila desde un subterráneo lo poco y nada que allí queda.

También es recordada la narración popular de un culebrón que habitó el cementerio de Hualqui en la década del 60. Fue tal el impacto que provocó esta situación en la comunidad, que se organizó un grupo de voluntarios provistos de armas para liberar el campo santo de la presencia del reptil. El resultado de la búsqueda fue nulo, pero la sensación de la avanzada fue espeluznante: “algo raro” merodeaba el lugar.

Cuentan los entendidos, que existen dos formas de criar y domesticar estos engendros. Una orientada a la concreción del bien, para lo cual se requiere una alimentación en base a leche. El proceso implica colocar varios pelos en un recipiente, a objeto que cobren vida propia, emergiendo con ello la imagen estereotipada del culebrón, con cabeza de gato y cuerpo de culebra, cubierto además de plumas. Muy distinto es la creación que se genera al utilizar sangre, en ese caso, se debe proveer el plasma de quien lo cría y su destino ineludible será la utilización para producir el mal.

Otras personas consideran que la figura del culebrón corresponde a un hecho mucho más comprensible y terrenal, como es la aparición de culebras amorfas, las que producto de una mutilación o falla genética, tienden a presentar alguna condición anatómica especial, como engrosar más de lo normal, adoptando a veces una forma imperfecta que causa temor en la gente.

Más allá de las conjeturas, la silueta de este ser mitológico se ha logrado mantener vivo con el paso de los años. Tanto así que en los campos hualquinos todavía se escuchan los rumores de añosos caseríos que son resguardados por la figura misteriosa del culebrón.

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