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La denodada supervivencia de las últimas viñas centenarias de Hualqui

Los meses de marzo y abril marcan siempre la cercanía con las vendimias. Es justamente en este tiempo en donde se realizan la mayoría de las cosechas o recogidas de uva, actividad que lamentablemente en cada año se percibe más disminuida en los campos de Hualqui.

Uva País llegó a Chile junto con las misiones españolas en el siglo XVI

La vocación productiva comunal como generador de chichas, mostos y pipeños se percibe más bien lejana, casi con un dejo nostálgico. Y es que, desafortunadamente, son pocas las viñas y majuelos que sobreviven al influjo de la reconversión de tierras, en un territorio acorralado cada vez más por las plantaciones de monocultivos.

Aún así, todavía existen memorables y esperanzadoras excepciones en nuestros campos. Ateuco, Ranguel, La Palma y Santa Lastenia son algunos sectores en donde todavía es posible divisar la belleza de las parras y el encanto de las uvas.

Un ejemplo de aquello es la parcela San José, en la frontera entre La Calle y Santa Lastenia, en donde sobrevive, pese a las amenazas de la modernidad, una de las últimas viñas centenarias de Hualqui, la cual cada año logra producir algo más de 2 mil  litros de vino a la usanza de antaño.

Se trata de un viñedo de una hectárea y media, perfectamente cuidado por la familia Araneda Calabrano, quienes cada año, de manera sagrada, cumplen con el ritual de la vendimia.

Para ello, recurren a la imperecedera receta del “mingaco” o trabajo colaborativo en el que participan cerca de 40 personas, en su mayoría familiares, amigos y vecinos del sector, quienes durante dos días proceden a la recolección de los racimos de uvas, del tipo País, los cuales son recogidos mediante el uso de cajones a través de las laderas de la viña.

Cabe destacar que la uva País llegó a Chile junto con las misiones españolas en el siglo XVI, por lo que es la cepa más antigua del territorio, especialmente del secano interior, en donde prosperó de manera sostenida durante varias décadas.

Sin embargo, con la llegada de las variedades francesas, este tipo de uva sufrió un evidente declive en el último tiempo, proceso que se ha ido revirtiendo paulatinamente gracias a su uso en la fabricación de espumantes no tradicionales.

María Araneda Calabrano acude cada año a las labores de la vendimia junto a su familia.

Otro aspecto distintivo de la cepa es su particular tolerancia a la sequía, así como su condición vigorosa y productiva, que propicia la generación de vinos astringentes y aromas asociados a frutos rojos.

Como todo viñedo, su cultivo se transforma en un verdadero arte que exige numerosos trabajos y cuidados durante todo el año. Desde las faenas de poda y despunte (eliminación de los brotes innecesarios que afectan la correcta maduración de los racimos), se debe también procurar un manejo adecuado de suelo, remoción de tierra y desmalezado, acciones que la familia Araneda realiza cada año de manera sagrada en su viña.

“Mantener una viña requiere mucho trabajo en todo tiempo. Es un gran esfuerzo, pero vale la pena. Durante la vendimia se debe recurrir a muchas manos. Todos aportan en distintos trabajos para recolectar la uva de buena manera”, señala con orgullo María Araneda, una de las integrantes de la familia que cada año realiza esta labor junto a su esposo e hijos.

El esfuerzo de la familia Araneda por preservar esta tradición no es menor. Toda vez que se trata de una de las últimas viñas centenarias de Hualqui, todo un patrimonio del pasado histórico de la comuna.

Uva País, variedad muy propia del secano interior

“Recuerdo de niña participar de la vendimia. Esto lo venimos haciendo de generación en generación. Es una tradición familiar que no queremos perder. Esta viña tiene más de cien años. Antes pertenecía a la familia Sanhueza Figueroa, luego pasó a nosotros. Queremos mantener esto porque es parte de la historia de Hualqui”, afirma con convicción, mientras prepara el almuerzo de los vendimieros.

María, junto a su hermano Juan, explican el proceso de elaboración del vino, que en su caso, todavía recurre a los procedimientos de antaño, con la salvedad que hoy ya no se opta tanto el “zarandeo”, acción que corresponde al estrujado de las uvas mediante el uso de pies, sino más bien se recurre a la utilización de una “máquina” que cumple la misma función.

Los racimos de uva son trasladados en cajones desde    las laderas de la viña, en Santa Lastenia, Hualqui.

“El resto del procedimiento es el mismo que usaban nuestros padres y abuelos. El jugo de uva lo ponemos en las tinajas. Usamos hojas de roble para filtrarlo y luego pasa a la siguiente etapa del proceso”, explican con detalle.

Tras doce días de fermentado, viene la etapa del “mosteo”, que corresponde a la separación del jugo y el borujo, para luego proceder al llenado de las pipas, en este caso, de raulí, cuya capacidad varía de 15 a 20 arrobas de vino, en donde cada uno de ellas equivale a cerca de 16 litros.

En estos añosos viñedos de producción limitada, la majestuosa alquimia producida de la elaboración de mostos con carácter intenso y la búsqueda del “producto ideal” se nutren también con la cultura local y el conocimiento ancestral.

Este es el gran valor que poseen las parras centenarias y las actividades que se realizan en torno a ellas, ya que indudablemente se transforman en parte esencial del patrimonio cultural de un territorio. Esto último entendido como un conjunto determinado de bienes tangibles, intangibles y naturales que forman prácticas sociales que, posteriormente, tienen la relevancia de ser transmitidos a través del tiempo.

Estos aspectos distintivos, complementados además por el trabajo colaborativo, tan propio de los campos, resultan relevantes para la generación de oportunidades de desarrollo económico local con identidad, algo tremendamente apreciado por la nueva concepción de turismo, aquella en donde la autenticidad se yergue como valor dominante de la experiencia.

 

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