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Las minas de carbón de Quilacoya

Desde los tiempos del Chile colonial, Quilacoya ha sido consignado en la historia como un lugar de marcada importancia, dada la prolífica reputación los lavaderos de oro que existían en el lugar o que, más bien, se asociaban a dicho territorio, ya que aún no se cuenta con el dato preciso de su ubicación.

De hecho, Quilacoya fue parte fundamental de la llamada “Ruta del Oro”, instaurada por el propio Pedro de Valdivia, con el objetivo de lograr el financiamiento de las expediciones mediante la extracción de este metal precioso, modelo que en la mayoría de los casos recurría al uso despiadado de esclavitud indígena.

La localidad fue también el escenario de varias escaramuzas y batallas durante la llamada “Guerra a Muerte” y, más tarde, sería también reconocida por la ubicación estratégica de sus vados, los cuales fungían como puntos de salida de frutas, chicha y productos agrícolas, transportados todo ellos mediante balsas al otro lado del Biobío.

No obstante, hay otro pasaje relevante de la historia de Quilacoya, aunque bastante menos conocido. Se trata de la existencia de minas de carbón en los cerros colindantes y los aderezos propios de las labores extractivas de este tipo de combustible fósil que se realizaron, principalmente, durante la primera mitad del siglo pasado.

Vista interior de la mina ubicada en sector Conihueco

Dichos yacimientos se ubican en los cerros del fundo San Ramón, correspondientes al sector de Conihueco, cuyas entradas aún sobreviven al tiempo, aunque varias de ellas se encuentran parcialmente derrumbadas, luego del terremoto del 2010. Aún así, todavía de puede acceder a los túneles, los cuales presentan todavía una apreciable cantidad de este tipo de carbón mineral.

Para los lugareños, las minas de carbón de Quilacoya son un recuerdo de una faceta poco documentada del pasado del pueblo, ya que en estricto rigor no alcanzaron un nivel de producción considerable, como el caso de Lota, aunque reconocen que siempre suscitan el interés de algunas personas, incluso del extranjero, puesto que de vez en cuando aparecen algunos personajes foráneos consultando su ubicación.

Luis Peña Pincheira, vecino de Quilacoya

Luis Peña Pincheira, más conocido como don “Chundo”, es un antiguo vecino de la localidad de Quilacoya, y fue testigo de las faenas extractivas que allí se realizaban.

“Yo era niño y me mandaban a venderles vino a los trabajadores de las minas, en pleno cerro. Nos daban chauchas (equivalente a 20 centavos. En esos tiempos no había luz ni agua potable, había faroles a carburo”, apunta con cierto dejo de nostalgia.

“El carbón de piedra lo bajaban en saco, en carretas. A lado de un puente lo vaciaban y lo acumulaban. Ahí al lado del estero se reunían las mujeres a lavarlo, mi tía Felisa, hermana de mi papá, era una de ellas”, recuerda con precisión, aunque reconoce que le es imposible asegurar el año.

Según Peña, el predio donde se ubican las minas, que hoy es forestal, tuvo muchos dueños. “De lo que me acuerdo, cuando niño, es que el propietario en aquel entonces era don Luis Cleveland y su señora Anaisa Recart, que tenía un hermano llamado Pedro. Después hubo otros dueños, Raúl Carvacho, Osvaldo Garretón”, recuerda con algo de dubitación, mientras clava su mirada en la entrada a la mina.

Fermín Jara, agricultor de la localidad, en la entrada de la mina, junto a Domingo Flores, presidente de la Junta  de Vecinos de  Quilacoya.

Fermín Jara, es agricultor del sector y también reside muy cerca del lugar. Reconoce que hasta hace algunas décadas todavía se oía hablar de las minas, pero luego se fueron olvidando hasta pasar, prácticamente, desapercibidas para la comunidad.

“Hay varias entradas a las minas. La más conocida es la que llaman Cueva de la Bruja, pero existen más, incluso algunas todavía tienen artefactos e instrumentos para la minería”, aclara Jara, quien aún rememora la exigencia que presentaba el camino antes de llegar a los accesos ubicados en parte superior del cerro.

“Los túneles estaban bien arriba de la loma, por lo que había que subir harto, era muy sacrificado”, señalando además que eran varias las personas que trabajan en dicha faena, muchos de ellos procedentes de otras ciudades.

Ya sea por lo remoto del lugar o los elevados costos de producción, las minas de carbón de Quilacoya finalmente sucumbieron a la modernidad con esporádicos intentos extractivos a finales de los 80’s, para convertirse tan solo en un relato pintoresco de esta actividad económica poco conocida del pueblo.

 

 

 

 

 

 

 

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