El 2024 ya es historia. El tiempo pasa tan deprisa que ni siquiera nos queda tiempo para asimilar todos los hitos de la travesía. Es una condición inexorable, recurrente, definitivamente cierta.

A pesar lo fugaz de nuestros pasos, la condición humana en algún momento nos aterriza y nos permite tomar una bocanada de aire para intentar fraguar un momento de reflexión, algo que podríamos considerar como el sutil intento de confección del balance de nuestro andar en cada vuelta al sol.

En lo personal, el 2024 no fue un año especialmente grandioso.  Al contrario, creo que fue particularmente difícil y complejo. En realidad no es algo extraño, sino más bien propio de nuestra existencia. Es el sino de la vida en su máxima expresión, y hay que aprender a aceptarlo como tal.

Hay momentos de alegría y también de desilusión, batallas ganadas otras perdidas, luces y sombras. Estas últimas, a veces, parecen prevalecer, por lo que nos llenamos de cuestionamientos. Aún así, creo que lo importante es  seguir siendo uno mismo y afrontar valientemente el desafío de vivir con intensidad.

A pesar de todo, seguir resistiendo es un reto, un purga constante, una invitación. El camino así es…